Ahí estaba yo. En una vieja casona; tirada en un sillón, esquinado a una mesa, rodeada de personas desconocidas, acompañando a alguien que conocí esa noche.
El olor del ambiente era fuerte y diverso, mezcla de perfume, humo de cigarrillo y pintura fresca. Al igual que era diversa la gente que colmaba el ambiente. Gente de distintas partes del mundo, situados en un lugar imaginable como es esta Ciudad.
Y yo ahí, como una observadora convidada a ser participe de lo que no se ve por una noche. De esa bohemia que se esconde en algún barrio Montevideano y que pocos saben que está y sigue viva.
Rodeada de gente que lo único que tenía en común era nada.
Me sentí personaje de un cuento de Cortázar.
Me sentí en Rayuela.